Un texto de D. Jesús Martín y Rodriguez, Alcalde de Valdepeñas, sobre el óleo Mi madre y yo (1927-1931) obra invitada al Museo Gregorio Prieto, propiedad del Excmo. Ayuntamiento de Valdepeñas.
La palabra “Madre”, desde la emoción, es de por sí un arcano difícil de descifrar para un hijo. Y como toda emoción, separada de su materialidad carnal, se instala en los anaqueles de la memoria. Ahí se resiliencia y ahí queda sempiternamente como alimento espiritual necesario e imperecedero para un hijo.
Gregorio Prieto, tuvo que inventarse esa “emoción” imaginando la materialidad carnal de su madre, que no pudo recordar haber acariciado, por quedar huérfano a muy temprana edad y hacer de la ausencia un arcano impuesto por el destino.
En este cuadro “Mi madre y yo” de cuyo juicio artístico me abstraigo por razones obvias al carecer de criterio de juicio, me sirvo destacar los cánones de las figuras con respecto al escenario que las envuelve y el punto de fuga de este. Podría parecer torpe o arbitrario, pero lo dudo. Creo que todo en el lienzo es una intención premeditada.
Muy posiblemente, Gregorio, tuviera acceso al rostro de su madre a través de fotografías de la época. Y hasta puede que por comparación con otras figuras (que en esas fotografías aparecieran), pudiera hacerse una idea, o preguntara, sobre la dimensión física de su madre. Él era de figura frágil y corta estatura, pero tenía el gracejo de quien sabe elevarse sobre sí mismo. Teniendo en cuenta la estatura de Gregorio y dada la época, podemos aventurar que la de su madre sería menor, como en el lienzo aparece. Sin embargo, estas dos figuras emergen como titanes avasallando al espectador. Y aunque el cuerpo de la madre está configurado dentro de un canon clásico, el de él rompe ese canon en los miembros, pero no en el rostro (Gregorio se gustaba mucho, ¿qué artista no se gusta?). La pregunta sería por qué.
Gregorio, para esa época (1927-1931) ya había adquirido una formación clásica, académica y depurada, por lo tanto “esa torpeza de cánones” no fue arbitraria, aunque en una primera vista nos lo pueda parecer. Córtese este lienzo por la cintura de las figuras (háganlo visualmente) y descubrirán la armonía, el canon y el punto de fuga, que las des-proporciones esconden.
Es pues la ausencia carnal de la madre, a la que no podía recordar, la que se hace aquí presente y hace que la figura del pintor resulte tosca a merced de elevar la armonía de la ausencia que -como una granada rota- Gregario llevaba en el corazón.
Es pues este lienzo, no solo una obra de arte, es también (o quizás solo eso) la terapia de un hijo haciendo las paces con sus carencias. Lo dicho: La palabra “Madre”, desde la imaginación, es un arcano por descifrar para un hijo, en este caso: Gregorio Prieto.
Jesús Martín y Rodríguez
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